Rosa chillante: Mujeres y performance en México. Teresa Bordons

Rosa chillante: Mujeres y performance en México
Teresa Bordons



En principio, cualquiera que agarre el libro de Mónica Mayer podría decir: “vaya, qué curioso librito rosa”, y a lomejor empezar a leerlo, e incluso terminarlo, y decir: “pues está entretenido, facilito de leer”. Y todo eso es cierto: es un librito (no llega a las 100 páginas, imágenes incluidas), es indudablemente rosa y es muy entretenido de leer. Pero también –y aunque suene a tópico- el librito es mucho más.

Es, en primer lugar, la historia del performance de las artistas mexicanas desde sus orígenes, contada en primera persona por una de sus protagonistas, o mejor dicho, por una de sus procreadoras. Esa es una descripción fácil, básicamente la que aparece en la parte de atrás del libro. Pero ya de entrada implica una serie de cuestiones, yo diría que complejas e interesantes, que junto a otras que irán surgiendo hacen que el tal librito rosa pese mucho más de lo que abulta.

¿Qué cuestiones? Pues, para empezar la manera en que la primera persona singular de Mónica se funde en una primera persona del plural Nosotras durante la primera mitad, casi exacta, del libro para pasar en la segunda a hablar de Ellas. ¿Quiénes son Nosotras? Pues ellas, las que hacían performance en los 70, sin saber que lo que hacían tenía ya un nombre, y menos aun lo sabían los críticos que decían que pobrecitas, qué malas actrices eran. Ellas que, tiene una la impresión al leer el libro, al igual que al oír hablar a Mónica, disfrutaron al máximo haciendo lo que hacían y estando convencidas de por qué y para qué lo hacían. ¿Quiénes son Ellas, las de la segunda mitad del libro? Las performanceras de la década de los noventa, las jóvenes. El testimonio de Mónica como protagonista en Nosotras, pasa a convertirse en testimonio de espectadora, por supuesto implicada, en Ellas. Queriendo y/o sin querer, esto provoca que el texto se preste a ser leído como reflexión acerca de las diferencias entre este tiempo de ellas y aquellos tiempos de nosotras.

Mónica Mayer hace esta reflexión muy explícita a veces; quizá el ejemplo más claro sea cuando dice que le desespera que algunas artistas de performance contemporáneas afirmen que ya no existe la discriminación por el sexo. Y es fácil de entender la desesperación, pues así se da por zanjada la cuestión que a penas hace unas décadas puso en marcha a los movimientos feministas en todas las disciplinas del conocimiento. Pero no se me mal interprete, de ninguna manera este Nosotras/Ellas conlleva acusaciones ocultas o nostalgias sublimadas.

Por encima de esta oposición está, según aprecio yo, el sentido de pertenencia a un proyecto común apasionante: el performance como acción de intervención en la realidad. Y en este sentido, más bien entiendo que lo que priva en la relación de Mónica con Ellas es un sentimiento lúcido de hermana mayor que se admira del desparpajo de su desinhibida hermana menor, sueña con lo que hubieran podido hacer ella y sus colegas si hubieran tenido internet en sus tiempos y disculpa que las jóvenes ignoren la brecha que fue abriendo como hermana mayor, porque falta documentación de aquellas obras y aquellos artistas.

Pero una vez sentado esto, hay que decir que Mónica tiene sus dudas, dudas representativas de muchas de las discusiones y debates de los últimos tiempos en torno al arte y las cuestiones de género. Por eso decía al principio que el librito rosa no es tan librito. ¿Dudas sobre qué?

Es claro que en la producción de un artista de performance, que utiliza su propio cuerpo como medio de expresión, es fácil advertir la presencia de una fuerte carga autobiográfica y la propensión a los rituales personales, como establece Mónica desde un principio. En el caso de las mujeres y el performance, el cuerpo femenino, específicamente el cuerpo desnudo, como territorio marcado durante siglos como símbolo y metáfora de tantas cosas, se presta a llegar a situaciones extremas de singular contradicción a la hora de analizar el impacto de esa acción de intervención en la realidad que es el performance: en pocas palabras, en muchas de las obras de las artistas de los 90 sus cuerpos desnudos se explican como provocación, reto, cuestionamiento de los modos de ver del discurso patriarcal y, sin embargo, Mónica duda, y no es la única, si estas provocaciones, esta saturación de cuerpos desnudos y piernas abiertas en el performance no estará reforzando lo que pretende minar. Te estoy retando, te quiero hacer pensar, uso mi cuerpo porque soy dueña de él.... y a la vez, aquí estoy, una vez más, cuerpo de mujer objeto de la mirada masculina. Claro que la discusión no es exactamente nueva; también provocó desacuerdos y discusiones teóricas entre feministas The Dinner Party (La invitación para cenar) de Judy Chicago en 1979, creación fundamental en la historia del arte de mujeres del siglo XX, que homenajea a muchas mujeres famosas de la historia de la humanidad convocándolas a cenar en una mesa triangular donde se presentan los servicios de mesa con sus nombres y arreglos florales y vegetales que recuerdan las formas de los órganos genitales femeninos.

Pienso a la vez, por ejemplo, en el performance que describe Mónica en la primera parte del libro de su coetánea y amiga Maris Bustamente explicando la diferencia entre el erotismo y la pornografía utilizando el dibujo de un pene y un pene que se infla respectivamente y se me ocurre si esta cuestión no tendrá que ver también con el humor, o con la falta de. No con la ironía filtrada, la burla, las citas que hacen amagar una sonrisa, sino el sentido del humor. ¿Podría ser esta una diferencia importante a tener en cuenta entre Nosotras y Ellas, se nos murió el sentido del humor porque pasó la época de la utópica inocencia, en el mejorcísimo sentido del término? Me gustaría que Mónica nos dijera qué opina.

Por supuesto, para ir finalizando, no voy a dejar pasar la oportunidad de volver al tema del colorcito del libro; pensaba en el Woman’s Building de Los Angeles, centro famoso de agrupaciones feministas de artistas al que llegó Mónica Mayer a estudiar a finales de los setentas después de mucho ahorrar, como cuenta en su libro y me decía que le tendría que preguntar a Mónica si de verdad el edificio tenía los focos y los closets rosas, como se puede leer por ahí.

También recordaba un ensayo de la crítica de arte norteamericana Lucy R. Lippard, escrito en 1977, que se llama The Pink Glass Swan (El cisne de cristal rosa) en el que la frágil figurita de cristal, de esas que se pueden comprar en la elegante sección de decoración del hogar de Liverpool, le sirve para representar a Lippard las complejas relaciones entre género, clase y arte.

Puestos a elegir, paso del cisnecito –sea del color que sea- y me quedo con el rosa chillante de Mónica que entiendo como una decisión de colaborar en la lucha por arrebatar para la causa tan atractivo color a las cajas de muñecas Barbie y compañía.

Me gusta mucho la comparación que hace Mónica en su libro de la seriedad del performance con la seriedad de los juegos infantiles. En ese sentido creo que este librito rosa es el testimonio de una vida dedicada a jugar muy en serio.

Teresa Bordons


Texto extraído de:
www.pintomiraya.com.mx

Si desea descargar el libro completo de Monica Mayer en versión .pdf,
puede hacerlo clickeando el siguiente link:
http://performancelogia.googlegroups.com